Este verano estuve bastante poco blogueadora, así que me dejé mil y una batallitas en el tintero y ahora me aparecen mil fotos en el móvil que me lo recuerdan. Una de aquellas historias es la que os traigo hoy, del último día que estuvimos en Madeira y en el que fuimos, como todo turista, al mercado dos Lavradores de Funchal.
Decían las páginas webs y las guías de viaje que era una visita obligada y que allí se podían llegar a encontrar hasta doce clases distintas de maracuyás, así que con lo que nos gusta a nosotros el (súper)mercado...
En la parte de abajo del mercado había puestos de verduras mondos y lirondos, sin mucho interés. Asomándote hacia el subterráneo, estaban los pescados. Y subiendo las escaleras a la planta superior, empezaba la aventura y los tropecientos maracuyás.
Por un momento me sentí en Marruecos con todos los madeirenses pesaos (qué pesaos) acosándote para que probases sus maracuyás. Recuerdo que llegamos a probar algunos de una señora y la verdad es que fue amable y no le compramos de milagro pero los variados maracuyás costaban a 45 euros el kilo y ellos viven de eso, de salir en la Lonely Planet: la gente les compra tres piezas enanas por ocho euros y se van con el souvenir. El rollo turístico nos apestó y salimos huyendo.
Al llegar abajo y dirigirnos hacia la misma puerta por la que habíamos entrado...
-Mira, Monam, ¡pepinellas!
Era una hortaliza que habíamos conocido un par de días antes y que ya me habéis dicho en Instagram que en Canarias y en Latinoamérica la conocéis con otros nombres.
- Y Monam, ¿eso no son maracuyás?
De repente, empezamos a disfrutar. Nos vimos en medio de los puestos para no turistas, mirando lo que queríamos, sin que nadie nos prestase ninguna atención, y encima estábamos encontrando maracuyás, de dos o tres clases, de los que compran ellos, y a su precio (4 euros el kilo). ¡Así sí que mola!

Al principio dudamos, ¿cómo puede haber tanta diferencia de precio? ¿estarán buenos? Y el señor de la boina nos abrió uno allí mismo, nos puso en la mano medio a cada uno para que lo probásemos, nos dio conversación y después de comprar tres o cuatro de todo aquello que nos llamaba la atención, nos fuimos requetecontentos, habiendo sorteado la trampa para turistas. Esa es la pena de los viajes, que a veces ser turista te quita la posibilidad de vivir las cosas como realmente son.

Yo a las pepinella la llamo chuchu!En ensaladas están super ricas!!bs
ResponderEliminar¿Monam? = ¿Mon amour?
ResponderEliminar¿Monam? = ¿Mon amour?
ResponderEliminarJaaa, sí, mira:
Eliminarhttp://www.elblogdeanita.com/2013/01/ultimo-desayuno-con-monam.html
Jaja ahora en francés mucho más difícil de conjugar, por lo menos para mí, voy a tener que retomar el francés :)
EliminarSe ve mi comentario?
ResponderEliminarA nosotros nos pasó lo mismo en Praga, hace años ( 10),cruzamos el puente de Mala Strana, donde teníamos el hotel, fuimos a una taberna típica, cerca del río y era tan poco turística que no tenía carta en otros odiamos que no fuese checo, así que salimos afuera y como tenían fotos de la comida en la ventana, le señalamos lo que queríamos para comer.
ResponderEliminares la maldición de la Lonely...hay que visitar lo que te recomienda (no vas a ir a París y no visitar la Torre Eifel..)pero a veces hay que desviarse también.
ResponderEliminarCon los restaurantes y alojamientos tengo la impresión que una vez que salen en la Lonely o en el Routard se acomodan y dejan de fregar las habitaciones o poner cariño en la cocina, total, como siempre están llenos. Nosotros ya nos hemos acostumbrado a comprar varias guías y a contrastar también con trip advisor y webs así que te dan una información muy actualizada.