Yo regalaría una borrajica, torteta de Huesca y longaniza de Graus.

Y este fue el resultado de la comida con Mamámus.

Fuimos al japonés al que vamos siempre, pero esta vez las dos solas. Yo me puse mona (tan mona como siempre, qué coño)...

Llevaba lazos por arriba, por abajo, por delante y por detrás

y lucía muy orgullosa mi nuevo DIY improvisado, que dejó a mis compañeras de trabajo encantadas. Es este cuello, que no es más que un cuello peter pan igual que éste pero en otro color, y que resulta que me va grande. No sé si os pasa a las demás o soy yo, que tengo poco cuello o menos hombros, pero el caso es que la mitad de los cuellos que tengo me quedan más desbocados de lo que me gustaría. Es lo que me ocurre con éste (aunque no con el granate y se supone que son iguales), así que hice un invento y resulta que me gustó mucho: Lo solapé un poco y lo cerré con un broche. ¡Me encanta!

La comida con la no-mía mamma estuvo bien y salí de allí como si hubieran venido los reyes. ¡Menuda bolsa llena de regalos!

Además de jamón y queso para el niño, me trajo un dulce manchego que yo no conocía pero al que desde ya soy adicta. Las flores.

No sé si se aprecia muy bien, pero en la caja hay un molino impreso, como siempre. (Publicista Patata Frita: ¿Hay en este mundo alguna marca manchega que no tenga un logo con molinos?)

Mmm, había más cosas. ¡En un paquete con esta forma sólo puede haber... tortas de Alcázar! Yummy!!

Adoro el ajoarriero de Cuenca, y algún pajarito se lo había chivado a Mamá Noel...

Y, por supuesto, de queso no se quedó corta. Como diría Obelix, ¡Están locos estos romanos manchegos!